miércoles, 13 de enero de 2010

Veinte años sin la voz de Eduardo Franco


ANIVERSARIO. Cantante uruguayo

El Comercio
01 de fgebrero de 2009

UN DÍA COMO HOY, HACE DOS DÉCADAS, DEJÓ DE EXISTIR EL VOCALISTA DE LOS IRACUNDOS SU INCONFUNDIBLE TIMBRE MARCÓ UN HITO ENTRE ROMÁNTICOS


¿Quién no ha escuchado la ronca voz de Eduardo Franco? Más allá de gustos personales, la música de Los Iracundos ha llenado buena parte de la canción romántica latinoamericana con temas simples (hasta cándidos), pero que ganaban fuerza con el timbre recio de su vocalista. Lamentablemente, en toda su plenitud, Franco se nos fue cuando apenas tenía 43 años. Aquello ocurrió el 1 de febrero de 1989, sí, un día como hoy hace veinte años.

Además de haber sido un cantante muy intenso, uno de esos que antepone el sentimiento interpretativo sobre cuestiones que tengan que ver con la técnica, Eduardo Franco era —según quienes lo conocieron— un tipo que amaba la vida en familia y con amigos, que siempre buscaba la ocasión de reunir a toda su gente para cumplir con los rituales de confraternidad en los que no podían faltar café, mate y, por qué no, un buen asado. Claro, también gustaba de las pastas, del vino y de los cigarrillos.

La vida dentro de la banda era muy placentera, toda vez que eran compañeros muy unidos. Juntos crearon un sinnúmero de éxitos que han rotado por las emisoras de todo el mundo; ahí están piezas como “Puerto Montt”, “Te lo pido de rodillas”, “Soy un mamarracho”, “Río verde” y “Va cayendo una lágrima”, entre muchísimos más que aún hoy suenan con insistencia en radios del recuerdo y de música romántica.

Franco estaba casado con Dana María Karlowics, con quien tuvo tres hijos: Sergio, Giselle y Julia. Dana fue la musa inspiradora de al menos dos canciones compuestas por Franco: “Apróntate a vivir” y “Dime quién”. Ambos formaron una pareja sólida que supo enfrentar los problemas y solucionarlos de la mejor manera.

Quienes estuvieron cerca de él afirman que era un hombre vanidoso, preocupado por su aspecto, pendiente de su cabello y algo obsesionado con su nariz, que presentaba una ligera desviación de tabique. Prefería los trajes negros, las camisas blancas y frecuentemente se fijaba en la imagen que rebotaba el espejo.

Para sus “fans”, la voz de Franco jamás se podrá igualar.

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